En la imagen se ve a unos hombres despojados, por encima de todo, de su dignidad. Se agolpan en calzoncillos alrededor de una fogata improvisada que, al menos, les robará un poco de frío.
Desnudos y apaleados. Deshumanizados.
Europa tiene a sus espaldas un pasado humanitario más que dudoso en muchos frentes, pero al menos disimulábamos bien. La Convención Europea de los Derechos Humanos fue adoptada en 1950. Artículo 1: Obligación de respetar los Derechos Humanos.
En el año 2000 se adopta la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea.
Artículo 1. La dignidad humana es inviolable. Será respetada y protegida.
Pues cubriéndonos de gloria, oiga.
¿Esto qué es?
Hace tiempo que perdimos ya hasta decoro del disimulo recurriendo a trampitas para subcontratar las brechas a esos principios de los que estamos tan orgulloso. Y se hace pagando a matones turcos o argelinos —que no van presumiendo por ahí de ser adalides de los Derechos Humanos— para que nos hagan el trabajo sucio que no se puede permitir en suelo europeo porque sería un escándalo —¡qué escándalo, qué escándalo, he descubierto que aquí se juega!— como el despojo de toda dignidad, cuando no la tortura, y en definitiva, la elusión del cumplimiento de los acuerdos firmados. Erdogan (y los demás) no desaprovechan la oportunidad de chantajear a la UE con la apertura de las compuertas. Como en las películas de El padrino.
Con la venia para saltarse las convenciones firmadas en lo tocante al derecho al asilo, a darle ayuda a personas que huyen de situaciones que no querríamos ni para nuestras pesadillas, la Unión Europea ha oficializado una postura que se veía venir, pero aún guardábamos un pedacito de esperanza.
Una de nuestras grandes fuentes de orgullo es la desaprobación de la pena de muerte. Ni eso. La policía griega ha asesinado a dos migrantes: les ha aplicado una pena de muerte sin juicio ni nada parecido. Y no ha pasado nada.
Ya no nos queda ni el consuelo de que al menos disimulábamos bien. Cuál será el próximo paso.