He oído, entre perpleja, risueña y aterrorizada, el relato de la migración masiva de abuelos alemanes a la ciudad húngara de Marcali. Unos 20,000 pensionistas han optado por hacer el petate y desembarcar en lo que han dado en llamar el paraíso nacionalista, la Nueva Europa (¿del siglo XV? me pregunto), hartos de tanto inmigrante corruptor de la cultura local; Marcali reune las condiciones políticas adecuadas al mando de Orbán. Y pensar que esta localidad podría convertirse en una nueva meca de migrantes migrantófobos.
A los oriundos de esta ciudad húngara les parece estupendo: esta invasión de opulentos pensionistas les va a dejar una prometedora riqueza. Lo que no sé es cómo habrán hecho los cálculos estos felices autóctonos, porque esas suculentas pensiones de la friolera de 1200 euros no van a cubrir ni de lejos los costosos cuidados sanitarios propios de unas personas de avanzada edad. Pero supongo que no les importará, porque con ello, estos invasores de gran caché van a darle prestigio al pueblo. Y contribuirán a un perfil demográfico más acorde con el espíritu de Europa: viejo. Reviejo.
Nuestra amnesia histórica nos conduce, inexorable, a un abismo tragicómico.