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Postales navideñas IV: Post-Navidad


El último pedazo de cielo azul que voy a ver en muchos días está a punto de desaparecer por la ventanilla del avión que me devuelve al mundo real. Llevamos sin ver tierra más o menos desde la frontera del salchichón.

Caemos como en una de esas pesadillas durante metros y metros de gruesísimas nubes que solo se abren unos instantes antes de tocar suelo con el tren de aterrizaje. Ponch. Uf. A veces con estos pilotos suicidas el taxi da más miedo que el propio aterrizaje: que no hace falta rozar la pista con el ala, digo yo, vamos. El avión se para, se oyen un millón de cinturones desabrocharse temerariamente antes de tiempo. Ay, si supieseis la de tortas que se da la gente por desabrocharse antes de tiempo. Y ya. Se acabó.


¿Qué se ha quedado atrás? En largo, un año en el que han pasado muchas cosas. En corto, las navidades. Diciembre, con sus luces, con su encanto nórdico.

Pensaba haber escrito un post sobre lo diferente que es la Navidad en el Norte y en España. Cómo entiendo que a mucha gente no le diga gran cosa o incluso le repela la Navidad en España. Y, sin embargo, en el Norte es un periodo agradable, que creo, no podríamos sobrevivir sin sus parafernalias de lucecitas, decoraciones (sin estridencias), regalos, excusas para reunirse constantemente, aun delante de la televisión.


Después de las navidades de lucecitas, decoraciones (sin estridencias), regalos, excusas para reunirse constantemente, aun delante de la televisión lucecitas, vienen las del Sur: las de las prisas, las de ver a doscientas cuarenta y cinco mil personas en una semana y quedarse sin ver a otras tantas (lo siento de veras)

de correr la fantástica San Silvestre

de frenéticas compras de regalos y provisiones

de darse el gustazo de perderse entre las estanterías infinitas de las librerías repletas de golosos tesoros que le darán a tu maleta un peso que ni el Iridio

de que se te queda un hueco porque te han cancelado en el último momento, y no solo te salen rayos de la cabeza sino que hasta te sientes culpable por no estar viendo a nadie; bueno: un oasis en el frenesí siempre viene bien.


Y entonces, casi sin darte cuenta, estás de vuelta. Con la gripe anual que no falla. No recuerdo cuándo fue la última vez que no me traje una de regalo de Reyes.


No lo voy a negar: tenía ganas de volver a mi casa, pero no tenía ganas de dejar Madrid y a los habitantes que conozco.

Volver a este tiempo gris, espachurroso, a la oscuridad y la soledad no es de lo más alentador. Pero tengo una ristra gigante de cosas emocionantísimas por hacer este año. Solo me queda sobrevivir enero, luego todo vendrá rodado, estoy segura. Ya os iré contando.



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