La mayoría de los humanos contamos con sentido del deber moral que se extiende a congéneres, pero también a otras especies, animales o vegetales e incluso a entes inanimados, como elementos de un paisaje. Cuidamos a personas, animales, plantas, montañas, ríos, mares.
Es evidente que el emanar del sentido ético es desigual de una a otra persona: las hay más y menos cuidadosas, pero donde quiero posar la mirada no es en quién se porta bien, sino con quiénes nos portamos bien, a qué humanos hacemos depositarios de nuestras bondades.
Antes de seguir, voy a diferenciar entre la solidaridad individual (a personas) y la colectiva (a grupos).
Me gustaría pensar que poseemos la propiedad del universalismo ético, que no discriminamos a quién ayudamos. Y, en cierta medida es verdad, porque los humanos tenemos la capacidad de la generosidad abstracta, somos potencialmente capaces de ayudar a completos desconocidos. Y, sin embargo, es indudable que priorizamos los beneficiarios de nuestras buenas acciones, ya sea cuando ayudamos a individuos concretos o cuando ayudamos a grupos.
Nuestros familiares o amigos se suelen llevar el premio del mayor grado de solidaridad individual. Nuestros hijos, hermanos, padres o amigos van antes que sus profesores, el pescadero o el presidente del gobierno.
En cuanto a las maneras de solidaridad colectiva, por ejemplo, al pagar impuestos, compartimos obligaciones de ayuda con quienes viven en el mismo país que nosotros (y por favor, no se rían, que ya lo sabemos todos); al menos en teoría, al tributar, se establece una red de ayuda colectiva (aunque, por supuesto, siempre existan discrepancias sobre cómo han de redistribuirse dichos recursos). Este exiguo párrafo da para bibliotecas enteras, pero lo voy a dejar ahí, porque tampoco es el objeto del presente texto.
También podemos construir grupos de solidaridad colectiva, como un vecindario, equipo de baloncesto o lugar de trabajo.
Otro ejemplo es la etnia, en lo que se ha dado en llamar parentesco ficticio: funciona como una suerte de familia. Nos ayudamos de forma privilegiada por el hecho de pertenecer al mismo grupo étnico, sea este el que fuere. Ahora bien, la definición de etnia es altamente porosa, y por ello, el último criterio para pertenecer a un grupo étnico es subjetivo: es el sentimiento de pertenencia, aun cuando haya que anclar ese sentimiento a algo objetivable, como un antepasado, una residencia, una creencia o un lenguaje común.
Incluidos en tal grupo, dispensamos a sus integrantes un trato favorable: sean españoles, marcianos, murcianos o masones. Porque son de los nuestros. Huelga decir que cualquier forma de solidaridad colectiva sería deplorable en caso de ser excluyente o exclusiva (¡yo solo ayudo a los míos!): por fortuna también somos capaces de compatibilizar la ayuda a un grupo concreto con extender el círculo hasta el punto de alcanzar a la humanidad entera, sin que nos importe cuál sea el origen, la lengua o el pasaporte de nadie.
Desconozco si se ha establecido el concepto de etnia cruzada con referencia al lugar de origen y lugar de residencia: por ejemplo hispano-danés- la etnia de los hispanos residentes en Dinamarca. Estos grupos, los migrantes de un mismo origen, tienen un funcionamiento de solidaridad colectiva excepcional, en tanto que los migrantes son colectivos vulnerables, incluso aquellos en situación regularizada, tanto a nivel institucional (los derechos de los migrantes son abierta y declaradamente inferiores a los de los locales), como a nivel de conocimiento del funcionamiento del país de residencia.
Una de las maneras de explicar los flujos migratorios es el modelo de las dinámicas reticulares: las redes solidarias que se establecen sobre estas que he denominado etnias cruzadas: unos españoles ayudan a otros en su proceso migratorio a Dinamarca, por ejemplo.
En algunos casos, esos canales de ayuda son formales, parten de una institución o de una empresa de pago. En otros casos, los canales son informales, como intercambios de números de teléfono, direcciones de e-mail u otras formas de contacto. También pueden tener lugar en grupos de redes sociales, en particular, los grupos de españoles/marcianos/murcianos en X, Y ó Z se han convertido en excelentes lugares de solidaridad étnica colectiva. Allí se ofrece información de todo tipo, desde dónde conseguir una plancha, hasta cómo encontrar un trabajo, o un tipo de jabón concreto. Se regalan objetos o se venden a un mejor precio. Se ofrecen pisos imposibles de encontrar. Estos grupos, pues, son de vital importancia. Tanto como recordar que uno de los nuestros puede ser cualquier ser humano.