La agresión verbal, en cualquier grado y manera, es frecuente en las redes sociales. Para comprobarlo, basta bucear por casi cualquier grupo de facebook o intercambio de mensajes en twitter.
Entre los factores que aventuro pueden ser responsables de esto, creo, hay una dosis de maquiavélica exageración tardomoderna del individuo (yoyoyo quiero mi lugar a cualquier precio) y un posible consiguiente deterioro de una ética formal, es decir, la formulación kantiana del viejo No le hagas a otro lo que no te gustaría que te hicieran a ti. En su versión sofisticada, es una propuesta más abstracta, puesto que no a todo el mundo le molesta lo mismo. El quid de la cuestión es tratar bien a las personas.
Si bien es cierto que este deterioro ocurre en el mundo físico, es mucho más acusado en el virtual. Y ¿qué peculiaridades tiene el mundo virtual?
Un segundo factor, creo, es la diferencia entre relacionarse con una pantalla y con una persona (que sí, al fin y al cabo, es la que está detrás de esa pantalla) aunque esto no quiera decir que las pantallas no despierten emociones, como nuestras respuestas emocionales de tristeza o ira ante un comentario hiriente.
Y ¿por qué es diferente relacionarse con una pantalla que con una persona? Yo me imagino dos direcciones: para empezar no tenemos delante sus ojos; y no es solo por no ser conscientes del potencial daño que se puede hacer, es decir, de ausencia de empatía abstracta, de unos ojos que ves y de los que te apiadas, sino que además, esa pantalla no tiene ojos para vernos: incluso si usamos nuestro nombre verdadero, nuestro nombre no es nosotros, no es nuestra persona. Eso que les decimos a cinco mil personas en un post de facebook, no se lo diríamos a la cara. En ocasiones por pudor, por privacidad de nuestras posiciones (políticas, por ejemplo), pero también por la inmediatez de una posible sanción ante unas palabras que podrían ser ofensivas. O la amenaza que confiere una mirada.
Esto me lleva al factor que considero más importante: la descontextualización de nuestro comportamiento. Aun teniendo en cuenta que el uso de las plataformas está sometido a unos marcos culturales , cada cultura tiene sus reglas implícitas de qué, cuándo y cómo se pueden usar las redes sociales, aún así:
Los humanos adaptamos nuestra manera de actuar, incluso nuestro discurso a la audiencia; esto no quiere decir que seamos unos falsos, sino que sabemos estar: no hablamos de la misma manera (o estaríamos un poco locos de lo contrario) al pescadero, a nuestro hijo o a nuestro jefe. Y en las redes, esa contextualización de la persona, ese carácter escénico del comportamiento, se pierde, porque no solo hablamos a ciegas, sino que las condiciones de nuestra audiencia no están constreñidas. Uno podría decir que le ocurre lo mismo a alguien que da un discurso ante una gran masa de personas, como un político en un mitin, y, sin embargo, no es lo mismo. La situación está contextualizada. Lo peor de todo es que no nos damos cuenta.
De esta forma, los (des)encuentros que se producen en esta expresión máxima del no-lugar, podrían bautizarse como no-relaciones, porque carecen de empatía, amenaza (o sanción inmediata) y contexto.
Sin embargo, esto no quiere decir que las redes sociales sean neutrales, ni mucho menos: no quería dejar de mencionar el reciente escándalo que acosa a facebook. Hasta qué punto puede darse un uso maquiavélico a la par que aterrorizador de la inconsciencia sobre el grandísimo poder del uso de nuestros datos, la inconsciencia del alcance de las declaraciones de intereses que difundimos en las redes-- ante cuyas gigantescas consecuencias, no se ha visto la reacción institucional que cabría esperar. Porque habrá quien diga, injustamente, que es culpa nuestra por tener facebook o compartir lo que sea en tal plataforma. Pero eso es como acusar al propietario de un vehículo del robo del mismo. Claro: si no lo tienes no te lo pueden robar, pero parece un juego-test de aquellos de nuestra adolescencia en los que te preguntaban quién era el culpable de un asesinato (y siempre era el asesino, huelga decir).
Los estados y las autoridades cargan con la responsabilidad de un correcto y no abusivo funcionamiento de la sociedad: son los encargados de velar por el cumplimiento de la legislación diseñada para garantizar el respeto de los derechos civiles de los ciudadanos. En este caso, con unas implicaciones globales gigantescas.
Así, la solución no es borrarse de facebook, que por mucho que sea gratuito y privado, está sujeto a las legislaciones aplicables a cada territorio, y por tanto, ni su gratuidad ni su carácter de empresa privada les a derecho a robarte tus datos para hacer tremendas mangutadas con ellos, de la misma manera que no acostumbramos a desvalijar o servir cucal a nuestros invitados, por más que les hayamos invitado (gratis) a cenar en (nuestra) casa.
La solución no es erradicar las redes sociales, es que las autoridades aseguren el cumplimiento ordenado de nuestros derechos y de paso, del buen funcionamiento del engranaje democrático. Como ciudadanos, podemos presionar a nuestros políticos para que lo hagan, pero, por lo que se ha evidenciado, hasta en eso tenemos las de perder.