hace mucho tiempo que intento encontrar algo que explique lo difícil que es estar lejos. O más concretamente, lo difícil que es saber que tu cuidad existe incluso aunque tú no estés en ella. La angustia de la imposible ubicuidad. Cuentan que a los infantes les gusta tanto el juego de cucú/tras porque alivia su ansiedad por el abandono. Que entonces se dan cuenta de que sus padres no dejan de estar porque ellos no les vean.
A mí me ocurre que debo estar todavía en fase pre-cucú/tras, porque por mucho que vaya, me sigue costando un imperio imaginativo visualizar que mi ciudad existe aun cuando yo no puedo verla. Después de cruzar la puerta del avión, mi ciudad se evapora. Pof. Puede que me deje unos efluvios intensos, casi sólidos de nostalgia unos días. Unas semanas, unos meses y hasta unos decenios. Pero no quedan restos de realidad en mis evocaciones. Una vez atravesada la ventanilla del avión, el mundo que existe, el que existe de verdad, es este en el que habito: con sus vacas en la playa, sus bosques helados (ahora), sus bicicletas y sus horrendos panes negros (perdón, Marie).
Eso no quiere decir que no eche de menos a la gente que se me ha quedado al otro lado del avión y que me llevaría a rastras gustosísimamente. No, claro que no.
Es que me resulta tan difícil imaginar su existencia como visualizar un día tórrido en un diciembre de menos diez grados. O como esos juegos que sustituyen al tradicional contar-ovejas para relajarse: imagina un uno, ahora dos doses... imagina 20 números 20- ¡eso es imposible, hoija! A nadie le cabe en una visualización esa barbaridad.
De pronto, hace poco, me di cuenta de que imaginarse la existencia (de algo, pero en particular de un lugar) es tan difícil como imaginarse o recordar un color determinado. Haz la prueba: busca una prenda (un calcetín, un jersey, lo que quieras) en un tono de un color concreto y un poco peculiar - verde, marrón, lo que sea. Y sin verlo, intenta encontrar algo que sea exactamente del mismo color. Luego, compáralos. Imposible. O casi.
Quizá sea porque la existencia es un concepto tan abstracto como complejo, requiere tantos detalles (me río de los 20 números 20) que no le cabrían ni a Funes el memorioso*.
Cucú.
Tras.
*Para quien no lo conozca, Funes el memorioso es un relato de Borges. "(Funes) Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entre sueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. "