Quince años después, cuando ya tendría que haberme hecho danesísisisíma, me da un ataque de retroespañolización. Y me vuelvo a dar cuenta de cosas. Esto es lo bueno de ser migrante, que te pasas la vida descubriendo cosas, cosas de Norte y Sur, aquí y allá...
Y es que me he retransformado, tras un mes en territorio íbero, o más bien entre sus costumbres y una cierta forma colectiva de entender las relaciones, o aún mejor: de llevarlas, porque entender requiere un esfuerzo de conciencia, y es esto precisamente lo hermoso: que las relaciones en nuestra cultura fluyen, sin necesidad de corsés, de regulaciones, de visitas anticipadas, de provisaciones (¡que viva la im-provisación, que es una forma de cercanía- ¡que viva la cercanía! ¡Que viva el calorcito humano! (y climático, sí, por favor, unos 5 graditos nos manden para aquí arriba) Que eso de que se meta un perfecto desconocido en tu casa a decirte que se viene contigo, sí, es una invasión de tu privacidad, pero es cercanía, calorcito, corazón*.
Ataque de nostalgia mayúscula. ¡Socorro!
Aunque, por supuesto, sé que no todo es orégano. Que la vida es difícil: esos horarios, carencia absoluta de conciliación laboral, (y lo laboral, así, en general, todo) u otras cosas como la gran ausencia del no, el no dialogado, de poder decirle a alguien que te molesta lo que hace, sin enfardarse, sin entrar en guerra... pero son las caras de la misma moneda, eso es algo que entendí hace tiempo, más o menos quince años: lo uno va con lo otro: anda, mira qué bien, la gente no te saluda si no le apetece (encontrarse a gente que conoces de sobra y que no te digan hola, eso ocurre en Dinamarca) - pero eso va junto con que no puedes ir a llorarle a nadie al hombro si no les viene bien el día que te quieres tirar por un puente, o se les pone la cara verde cuando les cuentas tus cosas (y sólo ahora sabes que son íntimas, hasta ahora creías que eran públicas)
Así fue cómo aprendí que la cercanía significa que le puedes contar lo que sea a cualquier desconocido, que se puede meter en tu vida sin pedir permiso, ni necesidad de pedir audiencia- pero también significa que no puedes escaquearte y no decir hola el día que no te apetece o no invitar a los Pérez, que te caen fatal, pero no te queda más remedio (eso cuando no se invitan a sí mismos, sin traer ni el postre, ni llevar un plato a la cocina): las relaciones sociales en España son obligatorias en mucha mayor medida que en Dinamarca: pero la boca que pide, es, salvo raras (y molestas) excepciones, mano que da.
Y eso vale para casi todo: desde las relaciones hasta el verde de los prados.
*Ahora bien: no me hagas eso en Dinamarca, ¡que me vuelvo Mr. Hyde! Esto es algo que se aprende también como migrante: la importancia del contexto, lo que vale en un sitio, y adoro en un sitio, en el otro no funciona.