Aquella noche

Aquella noche, sin que nadie lo hubiese acordado, ni siquiera por twitter o facebook, los habitantes de la ciudad que agolpaban los bares a pesar de la intempestuosa hora, pidieron, todos, simultáneamente, botellas de agua de litro. Y sin mediar palabra, las abrieron y, cuales tenistas en la final de Wimbledon, vertieron el líquido incoloro sobre sus cabezas, sus vestidos, sus camisas. El episodio ocurrió ante la asombrada mirada de los camareros, que por un momento creyeron ser víctimas de una broma televisiva: pero rápidamente comprendieron que, al fin, la ciudad había decidido poner fin a la temperatura infernal que hacía sudar hasta a sus esquinas más sombrías. A la orilla del río, sus habitantes, pasearon felices con sus camisas y sus vestidos mojados. Y al fin, durmieron.