Una de las cosas más horribles de la migrancia que no se puede sustituir con disimulantes sucedáneos es la presencia física. Cuando no se está es como si no se existiera, o casi. Se va uno de un mundo y es como si saliese de una burbuja, como las que dibujaba Miyazaki en Ponyo en la pecera en la que vivía la pequeña e intrépida niña pez.
Uno sale de una burbuja y se mete en otra, no sólo no se puede estar, sino que no se puede existir en las dos simultáneamente.
Por mucho internet, periódicos on line, facebook, skype, whatsapp que haya, no se puede uno imaginar más calor, más frío. O por ejemplo, no se puede imaginar la frecuencia con se repiten ciertas palabras en todos los telediarios, medios, en la calle*.
Pero no es eso, es que uno simplemente deja de existir en ese mundo y ese mundo deja de existir en uno. Aunque sabes, de alguna manera, que cuando quieras, o casi cuando quieras, puedes volver a atravesar la burbuja y regresar a ese mundo que vive alejado de ti.
El tránsito entre esos dos mundos burbuja, en cierto momento, cuando el segundo mundo empieza a no ser tanto un segundo mundo, se convierte en un viaje doloroso, cada vez, en cada atravesar esa membrana.
Uno puede elegir el dolor de la inexistencia de uno o la del otro.
Me repetiré un poco: ¿para cuándo el teletransporte?
*A todas horas, hasta en la sopa: estos linguo-ingenieros que se creen que la realidad se construye incrustando palabras cargadas de significado ideológico en las cabezas de las personas. Como emprendedor: osea, que la culpa del que no tiene trabajo es que no se lo ha inventado, la culpa de todo en los individuos y no de los sistemas o maneras de afrontar problemas o situaciones.